En unas pocas horas terminará el año.
Haremos como siempre: caminar un paso, es decir, un segundo,
para alcanzar el otro lado del espejo y vivir otros doce meses la ilusión de
que quizá con nuestro brindis conseguiremos 365 días de armisticio.
Pediremos salud, dinero, amor, trabajo como si fuera
posible conseguir algo de esto con un chasquido o un guiño a un dios
cualquiera. Como si con sólo desearlo fuera posible un mundo nuevo o al menos
más equilibrado.
Disculpen que sea una aguafiestas, pero yo miraré el
calendario que se estrena con la misma desolación con la que miro el viejo; sin
pedir deseos, sin cruzar los dedos, sin pensar que, con la ayuda de espectros,
de fantasmas, de diositos de tres al cuarto mejorará la existencia de todos.
Porque sólo está en nosotros la solución al gran enigma de
la vida, no es tan complicado, se trata de Justicia.
De justicia con mayúsculas, universal, cotidiana, de andar
por casa, justicia colosal, a dentelladas, a sorbos, de un trago, justicia
repartida como el pan o las semillas, justicia guerrillera, justicia que
recuerda, que libera. Justicia que respira en las escuelas, que transpira en el
tajo, que se muere en las alcobas con enfermos desahuciados.
Justicia sedienta de paz que no deja impunes a los
violadores, ni a los corruptos, ni a los asesinos en serie que bombardean
refugiados, que aniquilan indígenas, que tirotean estudiantes y los
desaparecen.
Justicia edificada por los hombres y mujeres libres. Por
nosotros. Ahora mismo.
Sin relojes, sin ofrendas. Con razón y con conciencia.
La vida es cosa sólo nuestra.
Urte berri on 2020.