Yo nunca imaginé que iba a ser poeta. Las niñas nunca
fantasean con cosas así. Piensan en ser
enfermeras, veterinarias, maestras, ingenieras, costureras…Apenas tienen tiempo
de estremecer su edad con otra cosa que no sean sus amores prematuros.
Las niñas tienen prisa por encontrar su lugar en el mundo porque
lo imaginan suave y perfecto, por eso yo nunca me imaginé poeta, porque
aceptarse como tal implicaba vivir en medio del desaliento, implicaba morir en
cada muerte injusta, recordar en cada olvido, tener siempre muy presente que el
silencio hace el camino a la barbarie de nuestro tiempo. Implicaba ejercer de
infeliz a jornada completa y yo también quería ser princesa.
Por eso crecí ajena
a la poesía, alejada del llanto que crece y crece agudo y desgarrado desde lo
más frágil: la pupila de los niños y de
los viejos.
Hoy ya adulta, me miro en el espejo y veo a la mujer poeta,
acepto mi montón de huesos y de versos, mi piel menos tersa y menos ductiles
mis poemas, miro más allá de esta imagen
que devuelve mi realidad caduca y recuerdo aquella niña que sólo soñaba con su
reino diminuto, con sus amigas imaginarias, con el porvenir dibujado en las paredes
de la escuela.
Hoy me asomo al mundo para escribir un poema y no sé dónde
parar en seco mis palabras, no sé dónde fijar mi mirada, no sé qué es lo que
más urge, ni cómo verso a verso, puedo detener las dentelladas.
Y me quedo callada, a oscuras, en silencio y llegan hasta
mi casa los gritos chilenos, los nombres bolivianos, me atraviesa el dolor
agudo de las madres africanas y sigo en mi cuarto volviéndome loca de tanto
revés y tanto dar la espalda.
Y nada alumbra este rincón desde donde escucho golpear los
cuerpos y cerrar las celdas y nacer para morir en mitad del mundo.
Y nada pueden unos jodidos versos para conspirar y vencer,
para deletrear las victorias, para cantar las canciones justas de los justos ideales.
Nada pueden unos jodidos versos porque el enemigo ya come de nuestra mano, ya
se vistió con nuestros andrajos, ya camina firme y vitoreado con su brazo
alzado.
Y yo sigo volviéndome loca, escribiendo poemas en series de
veinte,
arañando la verdad con mis palabras urgentes.
Y sigo a oscuras soñando a veces con aquella niña que no
tenía espejo y nada sabía de versos.
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