Mis padres vinieron
en tren a esta tierra.
Traían un hijo con
los mocos colgando y un deseo inmenso de
abrirse paso.Eran jóvenes cuando llegaron.
Han pasado desde entonces 30 años.
Aprendieron a vivir a pesar de los zarpazos y nunca escasearon los abrazos.
Nunca oí quejarse a mi padre.
Aceptó su destino pero no quiso para mí el mismo.
Consiguió que amara los libros aunque a él rara vez el cansancio le permitía abrirlos.
Consiguió que fuera maestro.
Consiguió que aprendiera inglés, francés y pedagogía y después que peregrinara con mi currículum.
Consiguió que no me dejara corroer por la lástima.
Pero hace días que ya mi padre no habla.
Ha perdido mi nombre en el laberinto de esta casa y no quiere darme sus palabras. No quiere explicarme que hay que creer, luchar, formarse.
Sabe que decir esto nos distancia.
No quiere ver que su hijo pide la paga pobre a un trabajador que se rompió los brazos y la dignidad en la fábrica.
No quiere más humillación, no quiere vivir viendo como su hijo no encuentra por ningún sitio esperanza.
Le preocupa morirse porque me dejarà solo. Con sólo libros. Con sólo objetos que no sirven.
Le preocupa haber hecho de mí un hombre honrado.
Creo que si pudiera empezar de nuevo, desandar el viaje en tren que nos trajo a este lugar de industria y salarios, se quedaría atado a su tierra, enseñándome yugos y arados para arrancar algún fruto al campo y así morirse tranquilo, confiado, en paz consigo mismo.
Hoy piensa, seguro, que si pudiera empezar de nuevo, no elegiría esta tristeza de verme siempre buscando trabajo, con un libro y no un pan bajo el brazo.