Viñeta de Kalvellido
Esta mañana, cuando fui a comprar el pan, el tendero, al
devolverme el cambio, quiso hacer un comentario trivial, uno más de los que se
hacen a esas horas, en lugares de paso y de confianza.
El hombre me dijo después de una leve introducción sobre lo mal
que está todo, que el pesimismo le invadía, que no creía en los brotes verdes y
que la deuda no íbamos a terminar de pagarla nunca.
Yo, que soy poco
conversadora, a esas horas además, en las que sólo deseo reajustar mis huesos
para empezar mi tarea diaria, a esas horas, digo, en las que no me cago en
dios, porque no creo en ese tipo, pues me llegó el comentario como un pellizco
y le respondí secamente: yo creo que esa deuda simplemente no hay que
pagarla y quise marcharme del lugar como si tal cosa, rumiando la vida.
Pero se indignó con mi respuesta, bien porque no esperaba
estas palabras de alguien a quien ve todos los días pero que
nunca participa de sus conversaciones o bien porque le pareció una ofensa
verdadera eso de cuestionar algo tan simple.
Le entró la risa y me miró como si fuera un bufón.
Comenzó a levantar un poco el tono de voz, jocosamente, las deudas hay que pagarlas, decía, si no se
pagan los intereses nos devoran y bla bla bla bla bla.
Los clientes que esperaban su barra de pan, se inquietaban,
se movían lentamente de un lado al otro, como elefantes encadenados.
Yo quieta, en mi sitio, sin tomarme a risa nada. No
entiendo, le dije, esa cantidad tan inmensa de dinero que dicen que debemos
todos, incluidos los niños desnutridos, incluidos los enfermos, los parados,
los viejos, los estafados, no entiendo, insisto, cuando fue el momento en el que
nos beneficiamos de ese préstamo que dicen que pedimos.
No creo, continuè, que ninguno de nosotros se haya beneficiado
de ese dinero, creo que más bien estamos siendo perjudicados.
Entonces, ¿por qué pagar algo que nos diezma?
Y me he ido del lugar.
Seguramente esta mañana llovieron carcajadas a mis espaldas.
Pero yo no me rio, estoy triste por esto, porque me apena escuchar propaganda zafia de
gente que trabaja de sol a sol. Entristece esta ausencia de preguntas, esta
mansedumbre, este soportar lo que venga porque los que mandan así lo ordenan.
Volví a casa y no podía dejar de pensar en el tendero que
utilizaba su púlpito para ser vocero.
Mañana regresaré a comprar el pan de nuevo, quizá me espere
con su discurso obediente, quizá quiera disuadirme pa que no diga más
bufonadas, quizá me venda ahora su pan con temor o quiera seguir tirándome de esta lengua a
veces algo deslenguada.
No sé, seguramente si supiera que soy poeta, me miraría de
otra manera y se apiadaría de mis demencias.