domingo, 5 de julio de 2020

El perdón



Estos días estamos viendo a los fascistas por nuestros pueblos. Sus risotadas, provocaciones y falacias pudren el aire impunemente.
Y no puedo dejar de pensar en nuestros viejos. En esos hombres y mujeres, hijos, hermanas, nietos de aquellos que fueron asesinados.
Pienso en sus tragedias, en sus infancias destrozadas, en su empeño por no olvidar la barbarie de la que fueron víctimas. En las flores dejadas en las cunetas, en las marcas de disparos en las tapias de los cementerios, en las cabezas rapadas, en los campos de concentración, en el hambre y en la sarna que dejaron sus vidas marcadas.
Décadas después estamos como al principio, de nuevo las bestias, con sus discursos tan pueriles como peligrosos, vienen a nuestras casas, aún dolidas y sin justicia, para quedarse mucho tiempo.
Y me avergüenza esta patria de asesinos con medallas y con estatuas.
Me avergüenza esta democracia que nunca se puso en práctica y que hoy permite que de nuevo patrullen las calles infrahumanos capaces sólo de violencia.
Y no puedo mirar a los ojos a nuestros viejos porque morirán sin justicia y lo que es peor irán muriendo mientras se apuntalan los cimientos de un nuevo fascismo avalado en las urnas.
Ojalá puedan perdonarnos. Los verdugos se abren paso y somos cada vez menos a este lado de la trinchera.