Mañana domingo iremos a votar.
Se reduce a esto la democracia: acudir mansamente el
domingo que nos mandan, elegir entre un abanico de posibilidades poco amplio e
introducir el voto. Esto es todo, ese es nuestro precio.
Lo demás son palabras que se lleva el viento, promesas que
no se cumplirán.
Pero es que además en nuestra democracia ibérica se añaden
ingredientes que no pueden disimular su neofascismo en alza.
Pongamos, por ejemplo, que ahora mismo hay presos políticos
en las cárceles, pongamos, por ejemplo, que la corrupción pudre los cimentos
desde lo más profundo, pongamos, por ejemplo, que incapaces de solucionar lo
que sucede en Cataluña optan por lo más fácil que es la mano dura.
Pongamos, por ejemplo, que en esta democracia no existe la
libertad de expresión, la ley mordaza husmea entre las canciones, las redes,
los poemas.
Y claro está, en esta democracia las trabajadoras a jornada
completa son pobres, los de media jornada son míseros y los que no curran en
nada, son nadies, es decir, son nada.
La malnutrición infantil aumenta.
A nuestros viejos no les alcanza para pomadas.
Los jóvenes huyen a otras democracias más demócratas.
Y así las cosas mañana votaremos, Cataluña vivirá su estado
de excepción democrático y los demás aguardaremos los resultados como si
efectivamente fueran a cambiar algo.
Son tiempos extraños.
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