No sólo nos asesinan porque entienden que la mujer es apenas
nada, que no vale su vida, ni sus ideas, ni sus palabras.
No sólo nos exterminan porque quieren ser dueños del amor,
de la tierra, de los hijos, de las casas.
No sólo nos descuartizan a escondidas una a una, también nos
ponen con sus leyes en el patíbulo a esperar de cualquiera el tiro de gracia.
No sólo nos matan por pobres, por putas, por adulteras, por
ilustradas, por dejar enfriar la comida o planchar mal las camisas.
Nos matan porque no nos temen.
No temen nuestra respuesta ni nuestra rabia.
El violador sabe que la mujer que es violada no va armada.
El acosador sabe que a la mujer solitaria puede tocarle las
tetas, el culo, o arrancarle las bragas porque no lleva ningún arma.
El asesino que entra en su casa dispuesto a degollar a la
madre, esposa o hermana, sabe que no van armadas.
Los que nos faltan el respeto, nos ignoran, ridiculizan,
menosprecian, humillan, saben que no vamos armadas.
Pero si estuviéramos organizadas como una guerrilla, como un
batallón poderoso... si ante cualquier agresión, ante cualquier violación, ante
cualquier maltratador un ejército de mujeres bien entrenadas desfilara en
frente de sus domicilios, de sus trabajos, mostrando sus puños cerrados, sus
corazones irredentos, sus cuchillos afilados.
Si ante cualquier sentencia absolutoria, ante cualquier golpe,
insulto, tocamiento, amenaza, mostráramos que estamos dispuestas a imponer
nuestro deseo de ser iguales justificando el fin con otros medios menos ortodoxos,
pero quizá más eficaces, veríamos entonces, si no se acababa por las bravas con
tanto hijo de la grandísima esparcido por el mundo con toga, uniforme, martillo,
doctorado o con arado.