Viñeta de Kalvellido
El poder inventa enemigos, los necesita como coartada para derramar su violencia y su avaricia.
Los guarda en su vientre hasta que los necesita.
El poder, ese ente que se nos aparece como algo intangible, etéreo, algo así como un diosito a quien no se puede ver, ni tocar, pero sí arrodillarse y llamarle con unos pocos nombres. Ese poder magnánimo tiene la virtud de saber inventarse enemigos, lo hace poco a poco, casi sin darnos cuenta, va infiltrando símbolos que nos hacen ponernos alerta, símbolos que quedan grabados.
Y entonces cuando ya están marcados a fuego habla con su voz clara: los árabes son terroristas, Cuba, la isla que es preciso limpiar, Chávez, un bocazas golpista, Irán una cueva con armas nucleares y así etcétera, etcétera. La disculpa ya está preparada, es hora de ponerse a guerrear.
El poder necesita inventarse cada vez más y más enemigos, necesita dividir el mundo en dos mitades, en dos contrarios, necesita erigirse en salvador, necesita del beneplácito universal para terminar de una vez por todas con aquello que no lo deja moverse, con aquello que pone freno a su codicia.
El poder, temeroso de no conseguir su propósito de ser el amo de las personas, de las banderas, quiere demostrar con un solo golpe que aquí se hace lo que el emperador ordena, y así, temblándole las ideas, acecha a sus enemigos, los va aislando, los va cubriendo de mentiras, los va provocando para que en un momento cualquiera, tengan un traspiés y golpearlos con toda su fuerza.
El poder, que tiene una sola patria, mueve ficha lentamente, provoca un poco y se detiene, coge aire, respira, vuelve a mover ficha, a mover soldados, emisarios, títeres renombrados, políticos mercenarios, periodistas deslenguados.
Se detiene, toma aire, respira, espera, tiene paciencia, su objetivo es claro: ser el dueño de la tierra.
El poder inventa enemigos, los necesita como coartada para derramar su violencia y su avaricia.
Los guarda en su vientre hasta que los necesita.
El poder, ese ente que se nos aparece como algo intangible, etéreo, algo así como un diosito a quien no se puede ver, ni tocar, pero sí arrodillarse y llamarle con unos pocos nombres. Ese poder magnánimo tiene la virtud de saber inventarse enemigos, lo hace poco a poco, casi sin darnos cuenta, va infiltrando símbolos que nos hacen ponernos alerta, símbolos que quedan grabados.
Y entonces cuando ya están marcados a fuego habla con su voz clara: los árabes son terroristas, Cuba, la isla que es preciso limpiar, Chávez, un bocazas golpista, Irán una cueva con armas nucleares y así etcétera, etcétera. La disculpa ya está preparada, es hora de ponerse a guerrear.
El poder necesita inventarse cada vez más y más enemigos, necesita dividir el mundo en dos mitades, en dos contrarios, necesita erigirse en salvador, necesita del beneplácito universal para terminar de una vez por todas con aquello que no lo deja moverse, con aquello que pone freno a su codicia.
El poder, temeroso de no conseguir su propósito de ser el amo de las personas, de las banderas, quiere demostrar con un solo golpe que aquí se hace lo que el emperador ordena, y así, temblándole las ideas, acecha a sus enemigos, los va aislando, los va cubriendo de mentiras, los va provocando para que en un momento cualquiera, tengan un traspiés y golpearlos con toda su fuerza.
El poder, que tiene una sola patria, mueve ficha lentamente, provoca un poco y se detiene, coge aire, respira, vuelve a mover ficha, a mover soldados, emisarios, títeres renombrados, políticos mercenarios, periodistas deslenguados.
Se detiene, toma aire, respira, espera, tiene paciencia, su objetivo es claro: ser el dueño de la tierra.