Es posible que haya quien muera sin estremecerse ante el
charco de sangre en el que se ha convertido el Mediterráneo,
es posible que haya quien desmienta que hay esclavos en
invernaderos muriéndose de sed a los pies de sus amos.
Es posible que desprecien a los niños y justifiquen las
bombas en sus patios.
Es posible que no vean cómo enferman sin hacer ruido para
que no los detengan.
Es posible que digan que huelen, que roban, que violan, que
venden droga.
Es posible que entre todos nadie diga que tienen derechos,
que merecen pan y abrigo.
Es posible, muy posible, que en cada uno de nosotros viva
un fascista susurrándonos alegre y confiado ideas como estas.
Frases casi hechas que al menor descuido soltamos en la
barra del bar, en el supermercado o esperando al médico sin que una mirada
reprobatoria nos haga caer en la cuenta del laberinto en el que nos estamos
perdiendo.
Pensamientos que repetimos como una oración que nos salva de
los dioses extranjeros, de las pieles oscuras, de esos ojos que nos miran sin
parpadeo, que nos preguntan calladamente cuál es la diferencia entre ellos y
nosotros si sólo vivir queremos.
Entiendo que mirarnos en este espejo es feo.
Que ver en nosotros a este monstruo que crece y persevera
es una mala noticia.
Cuidémonos entonces, vigilemos de cerca nuestros pasos,
atemos en corto esas ideas que hilvanan patrias y banderas.
Mis límites son muy claros:
dentro o fuera de mis pensamientos,
dentro o fuera de mis fronteras,
a este o al otro lado del mar.
ayer, ahora y mañana,
antifascista siempre
antifascista hasta la muerte.
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