Yo estuve en Altsasu en la madrugada del 15 de octubre del
año 2016.
Estaba en aquel bar con mucha más gente que se divertía.
Estaba con una camiseta roja, junto a otros que también
llevaban camisetas rojas. Y eran rojas
las paredes y era rojos mis zapatos y era rojo mi pelo.
Y me llamaron por mi nombre y me golpearon porque grababa
con el móvil lo que estaba sucediendo.
Estaba ahí cuando llegó la policía y había un hombre en el
suelo que nos señalaba a todos incluso a los que no estuvieron, incluso a
aquellos que no llevaban camisetas rojas y dormían plácidamente en sus casas
sin saber lo que ocurría.
Estábamos allí todos o podíamos estar o podremos estar en
otros lados cuando se desate la maquinaria de nuevo y nos señalen con el dedo.
Podríamos estar en la cárcel 500 días o 10 años o morir en
una celda si así lo quieren.
Todos estamos en el juicio que se está celebrando, todos
somos acusados. Igual que esos jóvenes de Altsasu, todos podemos ser culpables
de delitos que nunca cometimos.
Y debemos saberlo, puede sucedernos: una riña de bar, una
reunión, un tuit, una canción.
Es la coartada para jodernos la vida, para atarnos en corto.
Las leyes están fabricadas para que cualquier excusa sea
terrorismo.
Da igual si vivimos en Canarias, Andalucía o Castilla. Esos
jóvenes apaleados con saña y condenados a vivir entre rejas por una pelea pueden
ser otro día nuestros vecinos o nuestros hijos o nosotros mismos.
Yo estaba allí como os digo, hoy estoy en Altsasu y también
estoy al lado de quienes nunca debieron estar sentados en el banquillo.
Yo también estuve en Altsasu. También fui de rojo. También estoy en el banquillo.
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