Estos últimos años, décadas quizá, hemos transitado desde la
pobreza a la indigencia. No sólo económica que ya es bastante, también
indigencia política y judicial. Tres pilares que carcomen nuestro porvenir y lo
dejan a merced de los más bestias.
Perfectamente manipulados no vemos los andrajos ni la sarna
que nos rodea y representa.
Y me niego a creer que esto es irreversible, que debemos
quedarnos así, tal cual, con esta podredumbre que se esparce ante la mirada
indiferente de los más miserables.
Yo me niego a creer que no seremos capaces de recuperar a la
fuerza la dignidad que nos han expropiado.
Me niego a creer que no pondremos en su sitio a todos
aquellos que han colaborado en la descomposición de este cadáver que es la
democracia.
Primero llegaron con la crisis, después llegaron con las
leyes y remataron con las cárceles.
De creer poco a no creer en nada.
De esperar a desesperanzarse.
De salir a las calles a dejarlas vacías.
Es nuestra también la indigencia.
La lucha la hemos empobrecido para dejarla desnutrida a los pies de las urnas.