Después
de todo qué puede importar que haya una poeta menos hablando sobre los
imperios, sobre los injustos mendigos, sobre los niños hambrientos , sobre las
mujeres tiradas a golpes en las estadísticas,
sobre el dolor de vivir en ciudades donde es imposible soñar con ser libres.
Qué
puede importar si muerdo los días como se muerden la lengua los
torturados, como muerden las horas los condenados a muerte sobre jergones
insalubres, como muerden los besos
nuestros viejos.
Qué
puede importar una poeta ajena a los triunfos de la vida, si somos muchos,
demasiados, pidiendo auxilio.
Un
viejo agoniza a esta hora.
Un
loco siente miedo al verse en el espejo
terrible de sus fracasos
Una
madre aborta uno tras otro y siente que no
será el último.
Un
joven negro se desangra en la frontera mientras ve morir familias enteras.
Un
borracho canta la internacional y llora.
Una
mutilada pide que la ayuden a llegar a la iglesia donde mira a los ojos a quien
reza.
Quizá
ninguno de ellos haya leído en su vida un sólo poema.
Quizá
les suenen los nombres de quienes dignificaron este oficio, quizá sea canción
algún verso y lo tarareen ingenuos y ajenos. Quizá en sus casas, alguna vez,
hubo un libro de poesía y se lo pasaron de mano en mano, curiosos o ridículos.
Quizá
sepan de memoria romances antiguos, escriban sus amores contrariados o lloren elegías.
No
lo sé.
Lo
que sí sé es que arañamos verdes
incompletas pues poco o nada sabemos
sobre la tierra o sobre la vida.
Publicamos
libros, participamos en lecturas, escribimos reseñas nos creemos imprescindibles,
divinos, malditos, gloriosos.
Pero
los pueblos no viven nuestra poesía, ni la respiran, ni la caminan.
Dicen
que El Che llevaba siempre en su mochila un libro de poesía.
A
Neruda lo secuestraron para que leyera
sus poemas en la oscuridad de una mina.
Hoy
me pregunto si los explotados de la tierra, (igual que aquellos mineros), tienen
a un poeta secuestrado en alguna
cantera, en algún mercado, en un andamio, en una fábrica, en una maquila o si
por el contrario sus sufrimientos son afónicos y solitarios.
Me pregunto si algún libro de poesía contemporánea, tiene
la fortuna de mancharse de selva o de asfalto, si es quemado en una
barricada, enterrado en una fosa común
en Ayotzinapa o pasa los días lentos en una cárcel del estado español o de Palestina.
Es
decir, me preocupa nuestra inutilidad.
Si
la poesía elige volar y no echar raíces, si prefiere el cielo con sus paraísos,
si opta por el silencio cuando los niños revientan, entonces, què puede
importarnos lo que diga, ni lo que escriba, ni la magia que desempolva con sus
cantos tristes.
Que
vayan los versos de boca en boca es lo que cuenta.
Que
sean voz y grito.
Que
sean memoria y se claven en el aire.
Que
sean proscritos,
que
describan los siglos sin domingo,
las
mesas sin pan,
los pueblos sin soberanía.
Y
que nunca,
nunca,
sean
armisticio.