sábado, 27 de abril de 2019

La normalidad



En estas nuevas elecciones el espectáculo no puede ser más tragicómico, más mediocre, más dirigido a la víscera.
El sentido común y la razón apenas aparecen, salvo raras excepciones triunfa la casquería.
Es lo normal en una democracia que nació ya deformada.
Es lo normal en una democracia que tiene presos políticos, no sólo los catalanes que son de ahora mismo, desde mucho antes se empeñaron en arrancar la voz a los que molestaban.
Es lo normal en una democracia que persigue la libertad de expresión y la multa o encarcela.
Es lo normal en una democracia con unas fuerzas armadas que poco o nada saben de derechos humanos.
Es lo normal en una democracia con una judicatura que se pasa por el forro la justicia y hace lo que le viene en gana. Pongamos el caso de Altsasu, Bateragune o el de La manada.
Todo es normal en esta democracia. Hasta la monarquía es normal. Hasta la intromisión en las escuelas de la iglesia. Hasta la corrupción. Hasta la impunidad de los torturadores. Hasta el empobrecimiento en caída libre de la clase obrera.
Y como todo es normal en esta democracia nos llaman a acudir el domingo con la mejor de sus sonrisas, con la mejor de sus mentiras.
Por todo esto y más comprendo el hartazgo de los que se abstienen, muchos de ellos a pie de tajo combaten contra este sistema que nos depreda, pero no participan de la farsa democrática, saben que sólo en la calle, sólo con el pueblo alzado con toda su rabia, sólo con sus puños y sus verdades erigidas como auténticas banderas se hará claudicar el imperio de la falsa democracia.
A pesar de todo yo iré a votar, introduciré mi voto en la urna y me acordaré todo el tiempo de los que nadie habla estos días porque están en el exilio en la trena.  

sábado, 6 de abril de 2019

Nuestros viejos



No puedo evitar pensar que hasta el momento no hemos conseguido ni siquiera un poquito de justicia para nuestros viejos.
Van muriendo como si nada.
Década tras década, sepultura tras sepultura. Puñados de desprecio sobre vuestra memoria.
Y caminamos por las calles, ausentes, desenfadados, rebeldes, cansados y a nuestro lado un anciano arrastra su bastón  o desea hablarnos en la cola del supermercado  o lo vemos leyendo el periódico en un parque o de la mano de sus biznietos y no detenemos el paso  para explicarles qué hicimos con sus ideas después de ser tiroteadas, qué fue de su lucha al hacerla nuestra  o por qué  aún no conocemos una democracia de veras.
Es triste saber que se mueren sin abrazar la bandera por la que perdieron la libertad y la vida.
Nuestro presente es otra condena en el umbral de su agonía.

Tanta política del escarmiento.
Tanta cabeza rapada, tanto paredón y  delaciones.
Tanto exilio y cárcel y cruz.
Tanta muerte desabrochada.
Tanto daño a un pueblo que amaneció soñando y se acostó envuelto en un sudario para comprobar que hoy hemos traicionado su legado.

Y van muriendo gota a gota.
Y  siempre son nuestras las derrotas.
Los fascistas ganan por las balas o por las urnas
y nuestros viejos se mueren
nombre a nombre.
Sin una sola victoria.