La vida, intramuros, es una lucha constante, recoger
escombros de lo que va quedando y construir con casi nada. Apenas unos huesos,
unas miradas, unos recuerdos.
Pero es que además, la vida extramuros, más allá de las
ruinas que hacen tropezar las rutinas del amor y de la familia, es hoy día, tan
profundamente descorazonadora que sólo nos queda inocular miedo a los que nos
convierten en parias sin pudor y sin decencia.
Tan simple como complicado.
Y yo me pregunto, ¿Cuál
será la llama que encienda toda esta tierra?
¿Cuándo será ese momento precioso en el que este archipiélago
de luchas se convierta en una sola?
A la vista de todos está que los pueblos no pueden más. Ni
los vascos, ni los andaluces, ni los gallegos, nuestros pueblos no pueden
llevar más hambre, más cárcel, más cadenas cargadas a sus espaldas.
Con la dignidad tan encorvada, ya no duele mirar de frente.
Sólo hace falta un fósforo para prender fuego.
Uno sólo que prenda.
Uno sólo para que teman.
Un fósforo, ahora, que la mordaza y la miseria están tan calientes.
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