Una buena forma de someter a un pueblo es dejar que piense
que es libre.
Libre para pensar, para elegir, para comprar, para vender.
Libre para expresarse, para crear, para quejarse, para
cambiar.
Sucede que nada de esto es cierto. Sucede que la libertad de
pensamiento está ahora mismo contra las cuerdas.
Los más ingenuos creen que sus ideas nacen de ellos mismos y
no corren ningún riesgo, aplican su pensamiento en lo cotidiano y dicen
sentirse representados, protegidos por una ley que blinda su ideología.
Pero la libertad de pensamiento que hace peligrar esta
narcosis social, la que cuestiona una y otra vez la farsa de la democracia, el
pueblo libre que analiza la realidad y se posiciona en contra es un excluido,
un paria, un amargado que utiliza la palabra para violentar la paz de los
esclavos y por eso deben quitársela, está justificado que vaya entre rejas. No
les gusta que nadie les diga que caminan como si fueran calaveras.
La libertad de pensamiento tiene unos límites claros, unas
fronteras que no deben ser traspasadas, es una jaula donde vuelan ideas. Si
salen fuera serán atacadas por las bestias.
Pero el mundo fue cambiando porque hubo quienes se
atrevieron a volar en otros cielos.
Porque no se conformaron con decir amén y elegir entre tiranos.
Porque contagiaron con sus sueños a los más resignados.
Porque imaginaron un porvenir de pueblos sin canallas.
Hoy la libertad de pensamiento es de nuevo una quimera, de
nuevo la cárcel es una amenaza, de nuevo el ostracismo es una condena. De nuevo
nos encontramos hablando por lo bajo, midiendo los pasos, mirando para atrás
por si viene alguien.
En este mundo de cautivos han declarado la guerra a quienes
señalan el fraude de la libertad con cadenas.
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