“La Bestia”, es un
tren de mercancías que recorre México de sur a norte. Los emigrantes centroamericanos
lo cogen en marcha. Muchos caen y en la caída pierden brazos, piernas, vidas. Algunos
consiguen llegar a la frontera con EEUU donde son apaleados y deportados,
alguno llega a su destino, los menos.
Esta realidad de los emigrantes que huyen de la miseria de
sus países, que son robados, violados, apalizados por los caminos intentan en
su desesperación subirse a esas toneladas de hierro en movimiento. A lomos de
esta bestia, el hambre y la sed y el frío es una agonía, pero cuando el tren se
aproxima al pueblo “La patrona” , un grupo de mujeres tan humildes como los
migrantes, tan emputecidas como ellos, atentas al pitido rutinario que viene de
lejos y se acerca a más de 50 kilómetros por hora, corren hacia las vías con
sus bolsas de tortillas de maíz y sus botellas de agua.
Y se acercan.
Mucho se acercan.
Estiran sus cuerpos hasta que alguien, quien sea, da lo
mismo, agarra la bolsa que le ofrecen da gracias por no haberse caído y da
gracias por tener qué llevarse a la boca.
Estas son las mujeres que a mi me admiran. Apenas nadie
sabe de ellas porque no escriben libros y no hacen la revolución a gritos.
Pero sí hacen la revolución. Silenciosamente. Demuestran al
mundo que las ideas más revolucionarias son las que se ponen en práctica, día a
día, con actos sencillos, heroicos, llenos de coraje.
Reconocen que hay seres aún más vulnerables que ellas y se
duelen porque al día siguiente no cesarán de oír el mismo pitido a lo lejos y
de nuevo correrán con sus bolsas de tortillas de maíz y sus botellas de agua al
auxilio de esa multitud desoladora que va en busca de un mejor destino.
Estas mujeres colosales, con la piel y el corazón curtidos
no se cansan de conspirar contra el horror de un mundo que vomita a sus hijos
más allá de sus fronteras.
Ellas son las revolucionarias, las que ponen a andar la
ternura, las que alimentan la esperanza. Los que no podemos olvidar.
Mujeres de maíz y agua. Mujeres que nos humanizan.
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