El 8 de marzo demostramos en las calles que somos muchas,
la mitad.
Pero también quedó claro que ese día se convirtió en una
huelga cómoda.
Los medios de comunicación se pusieron de nuestro lado, los
políticos casi todos, llevaban un lazo morado en la solapa, se difundieron
cánticos, pancartas, multitudes abarrotando las plazas.
Pero ha llegado la resaca.
Siguen sin tenernos miedo porque no cuestionamos el orden,
porque no hemos sido capaces entre todas de señalar la pústula que nos
desangra.
Porque nada tembló ese día, ni un poco. Nada.
Porque nadie llama por su nombre a la barbarie.
Las más optimistas pensarán que este el primer paso, una
zancada que nos llevará a conseguir nuestros reclamos.
Yo soy de naturaleza realista y pienso que pasado un tiempo
quizá se disminuya la brecha salarial en nuestros países blancos, pero
continuarán los asesinatos, los burkas, el trabajo de sol a sol de las
campesinas, las guerras imperialistas, la huida, los exilios y el delirio que
vivimos el 8 de marzo en nuestras capitales bien asfaltadas quedará como una
victoria pírrica.
Tengo vagina. Soy la mitad que salió a la calle el otro
día.
Hubiera preferido menos canciones y más conciencia.
Más corazones rojos emancipados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario