Imagen de Ekinklik
La tortura, está aquí, a nuestro lado, haciendo la picana
al joven del barrio, sometiendo a abusos a la mujer que todos los días nos cruzamos,
machacando al hombre risueño que nos cede diariamente el periódico o nos saluda
amable en el metro, golpeando en el estómago a quien hoy día nos vende los cd`s
pirateados..
Está aquí, nunca se ha ido. Nunca ha sido una cuestión de
primer orden. Nunca ha estado en los labios de quienes tienen la obligación de
evitarla, de prevenirla, de castigar ásperamente a quienes con impunidad afilan
los puños cada vez que detienen a un vulnerable.
Y todos los años los informes son estremecedores.
Y cada vez peor porque aumentan los casos pero son más silenciosos, por miedo a represalias
mayores, por desconfianza, por desamparo.
Y de espaldas a esto, la democracia se maquilla con algún
triunfo en la urna, con algún fulgor, con algún sueño compartido.
De espaldas a la tortura
parece que se podría construir algo nuevo, una nueva esperanza que
permita empezar de una vez por todas.
Sí, yo sé que
decir las podredumbres en voz alta es un
riesgo.
Pero también sé que nada cambiará mientras la izquierda
que habla de justicia social no abra los
ojos y tenga presente esto hecho, que año, tras año, se repite al amparo de su
indiferencia o de su cobardía.
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