Cada cierto tiempo me sorprendo a mí misma escribiendo sobre
las mismas cosas.
Dichas de una u otra manera, pero siempre las mismas. Con
mayor o menos impotencia, con mayor o menor fiereza. La misma rabia, pero con
letras nuevas.
Un puñado de palabras para recordar por enésima vez que aquí
se tortura, para decir que la bolsa, los electrodos, la bañera, no son cosa del
pasado.
Los golpes, las humillaciones, las violaciones, se suceden
una vez tras otra.
Los funcionarios del dolor se pasan el relevo y perfeccionan su impunidad a golpe de
indiferencia.
Pero los torturados están ahí, su voz nos lo dice claro.
Y de nada sirve una democracia si en su víscera pone a
funcionar picanas.
De nada sirve una democracia si se niega a mirar esta
podredumbre.
De nada servirán las urnas victoriosas si la
tortura es invisible.
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