Estos días atrás he leído que en Nigeria (sobre todo),
proliferan cada día más, las fábricas de niños. Lugares donde las mujeres son
forzadas a parir y después les arrancan sus bebés para la venta de órganos, la brujería o para
ser dados en adopción.
Pensando en esto, me
acordaba también de los niños robados en
el Estado español, décadas de mentiras, secuestros, abusos, impunidad, que han sido descubiertos y que ahora mismo
naufragan en la memoria colectiva, como
si esto nunca hubiera sucedido o pertenecieran a un tiempo muy pretérito.
No puedo evitar pensar en la naturaleza cruel del ser
humano. De un color u otro, pertenecientes a una cultura u otra, a una religión
u otra.
La normalización del espanto, el mercadeo de carne humana,
el desprecio por la justicia, la ausencia de miedo, de castigo, produce estos
monstruos bien organizados que hieren gravemente el porvenir y la esperanza.
Y claro, pensar en esto, en el abuso del crimen, en las consecuencias de estar en
lugares donde los verdugos pueden vivir libres, pensar en las mujeres como máquinas,
como incubadoras múltiples, como animales preñados en cuadras, me obliga, para
no desfallecer, a buscar los escasos
retazos de humanidad que andan por ahí esparcidos.
Porque quedarse anclada en el horror, quedarse mirándolo,
quieta, llorosa, sólo puede llevarme a
la rendición. Y no pienso hincar en el suelo mis rodillas.
Lo cierto es que sobran los motivos para despreciar a la
humanidad pero entre tanta oscuridad es fácil ver el fulgor de la gente limpia
y aunque den ganas, a veces, de encerrarse y tirar la llave lejos, a veces también
se iluminan las calles o las casas o las
personas con dignidad, entonces, amanecen las razones suficientes para admirar
al ser humano en su imperfección y nobleza.
Y pensando en esos niños de los que hablaba al principio, en
los niños transformados en seres casi inertes que se compran y se venden,
pienso que es tan vital como urgente creer que otros niños, los hijos que hoy están agarrados a las faldas de sus madres, mañana puede ser que
nos conduzcan firmes, convencidos, a espacios donde no serán posibles estas felonías.
Debemos soñar con, que ni una sola infancia más, estará
abandonada a su suerte.
No es posible el mañana sin sueños que empujen las horas, ni
los días.
No es posible el futuro sin niños que recojan el testigo de
la rebeldía.
Y no es posible vivir sin soñar que un día será cierta la utopía.
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