Viñeta de Kalvellido
Dicen que hoy es el día de libro.
Qué cosa tan curiosa, celebrar los libros cuando se lee poco
y deprisa.
Cuando la libertad del escritor se puso en cuarentena y
los más célebres escriben al dictado de las monedas.
Ahora mismo lo que menos interesa es el conocimiento, que
la gente aprenda, que la gente sepa. Esto puede abrir una brecha en las conciencias.
Aquí está el peligro, aquí está el arma, aquí está la destrucción.
Por eso se muestra al escritor como una divinidad,
alguien con una luz mágica dispuesto siempre a besar las manos de quienes los
premian, sean reyes, presidentes o princesas.
Interesa mostrar al escribidor como un ser humano
claudicante, sobornable, capaz de mostrar sus villanías sin ruborizarse.
Interesa sepultar a Bergamín, o matar de viejo amoroso a
Machado.
Es alabado Saramago pero a Sastre no se le nombra.
María Teresa León, no cuenta, cuenta Alberti y sus
arrebatos de egolatría.
Las banderas que enarbolaron son arrancadas de sus
escritos, que no se sepa que fueron comunistas, republicanos, anarquistas,
seres libres al fin y al cabo.
Que no se sepa que detrás de algunos libros hubo una vida
consecuente, a veces de muerte, a veces de guerrilla, a veces de cárcel, de
exilio o simplemente de olvido.
Que no se sepa que el oficio de escribidor no es publicar
y tener éxito, es hacer que las palabras sean voz de quien se calla, sean sueño
y esperanza, sean alas, dulces alas que nos lleven hasta la verdad y sus paraísos.
En fin, yo me quedo con el coraje de mis autores
favoritos, con sus textos crucificados y hago un brindis de desprecio por
aquellos escribientes que se llenan los bolsillos en despachos donde les
susurran qué tienen que decir, que pensar y dónde.
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