ARTICULOS ANTIGUOS DE SILVIA DELGADO

lunes, 2 de diciembre de 2019

A oscuras



Yo nunca imaginé que iba a ser poeta. Las niñas nunca fantasean con cosas así.  Piensan en ser enfermeras, veterinarias, maestras, ingenieras, costureras…Apenas tienen tiempo de estremecer su edad con otra cosa que no sean sus amores prematuros.
Las niñas tienen prisa por encontrar su lugar en el mundo porque lo imaginan suave y perfecto, por eso yo nunca me imaginé poeta, porque aceptarse como tal implicaba vivir en medio del desaliento, implicaba morir en cada muerte injusta, recordar en cada olvido, tener siempre muy presente que el silencio hace el camino a la barbarie de nuestro tiempo. Implicaba ejercer de infeliz a jornada completa y yo también quería ser princesa.
 Por eso crecí ajena a la poesía, alejada del llanto que crece y crece agudo y desgarrado desde lo más frágil: la pupila de los niños  y de los viejos.
Hoy ya adulta, me miro en el espejo y veo a la mujer poeta, acepto mi montón de huesos y de versos, mi piel menos tersa y menos ductiles mis poemas,  miro más allá de esta imagen que devuelve mi realidad caduca y recuerdo aquella niña que sólo soñaba con su reino diminuto, con sus amigas imaginarias, con el porvenir dibujado en las paredes de la escuela.
Hoy me asomo al mundo para escribir un poema y no sé dónde parar en seco mis palabras, no sé dónde fijar mi mirada, no sé qué es lo que más urge, ni cómo verso a verso, puedo detener las dentelladas.
Y me quedo callada, a oscuras, en silencio y llegan hasta mi casa los gritos chilenos, los nombres bolivianos, me atraviesa el dolor agudo de las madres africanas y sigo en mi cuarto volviéndome loca de tanto revés y tanto dar la espalda.
Y nada alumbra este rincón desde donde escucho golpear los cuerpos y cerrar las celdas y nacer para morir en mitad del mundo.
Y nada pueden unos jodidos versos para conspirar y vencer, para deletrear las victorias, para cantar las canciones justas de los justos ideales. Nada pueden unos jodidos versos porque el enemigo ya come de nuestra mano, ya se vistió con nuestros andrajos, ya camina firme y vitoreado con su brazo alzado.
Y yo sigo volviéndome loca, escribiendo poemas en series de veinte,
arañando la verdad con mis palabras urgentes.
Y sigo a oscuras soñando a veces con aquella niña que no tenía espejo y nada sabía de versos.


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