El brigadista suizo Eolo Morenzoni narra el
trauma de La Desbandá con tan solo 16 años de edad: “Una vez en la carretera de
Almería nos encontramos frente a una matanza de civiles y militares (…)
columnas de hombres, mujeres y niños agotados. Los aviones italianos vinieron
directamente desde el mar sobre ellos, y los ametrallaron. Estaban paralizados,
asesinados con una facilidad sorprendente. Una carnicería”.
Morenzoni huyó de su casa, cruzó Europa y
participó en las batallas de Teruel y Sierra Nevada. Su compañero, con el que
se había fugado de Suiza, perdió un brazo al estallarle una granada en Pitres,
un pueblo de la Alpujarra. Al conocerse que era menor de edad fue devuelto a
Suiza, donde había sido reclamado por sus padres. Allí fue encarcelado.
Eolo Morenzoni no pudo quedarse en la retaguardia de un
mundo
que ignoraba a España.
No pudo quedarse con sus pocos años a esperar una victoria
que jamás sucedería,
y aunque su idioma
era otro y su patria era otra muy lejana,
fiel a su conciencia de soldado universal de los despojados,
cogió el fusil y se acostumbró a la vida miliciana.
Eolo era un niño con sueños viejos de ternura entre los
pueblos.
Fue de batalla en batalla viendo que la muerte amontonaba
infancias,
que morir a veces era la mejor misericordia.
Fue esquivando el plomo y las prisiones,
sorteando el hambre el frío y las heridas,
aguantando el temblor de sus dedos
cuando el enemigo se acercaba y lo tenía en el centro de su
mira.
Eolo regresó a su país con las venas abiertas por la derrota
inminente,
desangrado por la sinrazón de los que se mantenían neutrales,
abochornado por la indolencia de aquellos a los que nada
importaba
salvo el éxito de las monedas vengan de quien vengan.
Y pasó la vida acorralado por los que durante años
se sentaron a comer a dos carrillos con los genocidas.
Señalado por haber sido uno más de los brigadistas
que vinieron a esta tierra a darlo todo a cambio de justicia.
Condenado hasta la muerte a existir a duras penas
nunca se arrepintió de haberse hecho un hombre entre las
fieras.
Eolo nos regaló su edad temprana
y hoy sólo nos queda el recuerdo difuso
de un joven que quiso cambiar el destino fúnebre de España.
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