Más o menos todos reconocemos en el día 12 de octubre el comienzo
de la conquista de un continente: Se llevaron el oro dejando ríos de sangre.
Nos decimos que esta fiesta debería dejar de celebrarse,
que es una herida en la memoria demasiado lacerante como para ser recordada con
alegría, banderas y salvas al aire de cañones. Es lo que pensamos cada año y
nos duele saber que al otro lado observan con cara de asombro a nuestros
reyezuelos tiranos y a nuestros mercaderes dispuestos siempre a arribar a sus
puertos.
El día 12 de octubre nos trae estos pensamientos. Hoy yo
también pienso si desde 1492 hemos cambiado algo.
Ya no nos queman en las hogueras, ni nos torturan sentados
con los pies cubiertos de sal para que nos laman las cabras hasta dejarnos en
los huesos, ni nos arrancan el cuero cabelludo, ni nos encadenan para vendernos
en mercados donde nos revisan los dientes y las tetas. Es cierto todo esto,
pero también es cierto que aún somos esclavos y trabajamos de sol a sol para un
amo que a veces es terrateniente, a veces banquero y a veces es dueño de fábricas
donde es imposible respirar y donde el sueldo apenas alcanza para seguir
arrastrando la vida.
Pienso que hemos cambiado algo: ya no hay cámaras de gas en donde se amontonan cadáveres grisáceos.
Pero continua el descubrimiento de nuevos mundos adonde
llegan como lobos en celo para saquear y diezmar cada porción de tierra. Erre
que erre viajan buscando riquezas y a cambio de ellas raptan y violan,
asesinan, secuestran semillas, imponen su fe de mesías capitalistas. Igual que
hicieron en América.
Hemos cambiado algo, más bien poco. Los conquistadores no
murieron.
Siguen vivos después de tantos siglos.
Una mirada al mundo más allá de nuestras fronteras y
llegaremos sin brújula a las tierras que hoy están siendo descubiertas y
conquistadas a la fuerza.
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