Los depredadores andan sueltos. Punto.
Los picoletos es lo que tienen mueven los hilos y bailan los
jueces.
La calle nunca fue nuestra, nos la arrancaron de cuajo
cuando dejamos de volver a casa solas, cuando nos empujaron a los portales,
cuando nos llevaron a la fuerza a descampados terribles donde nos abrían las piernas
para imponernos su falo.
Nunca fue nuestra la justicia. Nuestro dolor es placer a los
ojos de quienes dictan sentencias.
Nuestro cuerpo nunca fue nuestro porque lo compran y lo
venden sin preguntarnos.
El derecho de pernada se hace valer con sus leyes.
De día el tricornio, la ronda, el lustre de su oficio
denigrante. De noche la presa, los pezones que sangran, el desgarro callado, la
soledad entera en un cuerpo que es violado hasta que no pueden más los
depredadores.
Y están sueltos, por millares, por millares acechan, impunes
y arrogantes.
Yo pienso que ya es hora de poner el miedo en su sitio, que
lo tengan ellos.
Es hora de que esto acabe.
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