No hay tambor que calle la voz de los ahogados por el
olvido. No hay fusil, ni tricornio, ni ronda de madrugada que no recuerde a los
emputecidos que una vez los dispararon a quemarropa. Que una
vez los encerraron en calabozos desde los que se oía a los torturados agonizar hasta
morirse.
El terror aún transpira por su sangre de metal, por sus
trajes verde olivo, por sus asesinatos legales, por su ley de exterminio.
Ya no van a caballo, practican el disimulo, son condecorados
y ascendidos, pero sus intenciones desafinan. Son los de entonces, los de aquel
tiempo en los que el pan y la letra escaseaba. Son los de entonces:
combatientes con guadaña en una patria que no los quiere ni necesita.
Rivera sabe esto y lo resucita. Como un general humillado
por su cobardía irá a Altsasu a poner sus cojones encima de la mesa. A escupir
en la cara de un pueblo que sufre el escarnio de la Benemérita.
Rivera y sus compadres desean una nueva guerra donde triunfe
el brazo alzado y el miedo a manos llenas. Irá el próximo 4 de noviembre a
Altsasu acompañado de los acuartelados vestidos de domingo y se encontrará solo,
con todas las persianas bajadas.
Encontrará un pueblo vacío que desprecia su inmenso olor a
mierda.
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