Las mujeres jornaleras en Huelva trabajan de sol a sol. Es
duro, los huesos se resienten, el salario de limosna consigue apenas amontonar
unas monedas con las que engañar el hambre de los hijos.
Pero es que además muchas mujeres que van al campo con su
miseria a cuestas son extranjeras, mujeres pobres entre las pobres, mujeres
vulnerables, mujeres que viajan por unos meses a este culo de Europa para
arrancar de la tierra algún que otro mañana de sosiego.
No las vemos, pero están ahí.
No las oímos, pero están ahí.
Se acurrucan en jergones en los que no pueden dormir porque
andan al acecho los patrones y hacen valer su derecho de pernada.
Hablemos claro, las golpean, humillan, violan.
Y en el año 2018 bajo el mismo cielo que nosotras estas
mujeres piden la palabra, sin nombre para que no las despidan, sin nombre para que
no las castiguen. Sin nombre su palabra se abre paso en esta democracia de
esclavitudes.
Es Europa. La Europa de la servidumbre, la Europa que desangra
a otros pueblos y cuenta monedas sin avergonzarse.
Esta es nuestra letanía: Pobres entre los pobres atravesando
los mares para ponerse cadenas, para recibir más ostias, para ser mil veces violadas.
Y estas mujeres con su dignidad firme piden sólo la palabra,
la paz la dieron por perdida el día que llegaron al tajo y se hizo carne el
feudalismo.
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