Últimamente la palabra “patria” suena como un martillo que
golpea sin cesar. No es que la tenga en mi lista de palabras sucias, no, todo
lo contrario, me gusta esa palabra cuando habla de la tierra Palestina, cuando
se usa para explicar Venezuela, cuando se manosea pa llamar Euskal Herria, es decir, me agarro a ella
cuando lo que pretende es definir la
libertad.
Pero ahora que estamos en campaña electoral y que parece
todo tan democrático y festivo, que se canta la internacional y se hacen cuentas y promesas, de pronto “patria”
está en boca de todos.
Se habla de “patria” pa decir que se respeta el derecho de autodeterminación,
se habla de “patria” pa decir todo lo contrario, se habla de patria pa explicar
que los otros no son patriotas, se habla de patria con la intención de recordarnos
tiempos pasados, se habla de patria pa asustarnos, pa ilusionarnos, pa sobornar
votos, pa arrancarlos de las manos de otros.
En fin, la patria, la España de la que hablan, esa España
donde prefieren apelar a la unidad con cualquiera de las excusas, olvida que
hablar de patria lleva implícito hablar de soberanía, económica también. Y qué
curioso todos esos patriotas han decidido
sacar de sus discursos el criminal pago de la deuda, la esclavitud que vivimos
por atender a los acreedores, la delirante dependencia de los imperios. Es
decir ¿qué es hacer patria para ellos?
Parece que la patria que se propone es la de los vasallos:
¡Viva la OTAN, el Euro, el rey, vivan las cadenas, los
obispos
y vivan los pequeños
caudillos!
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