La mala suerte no interviene
cuando el hambre acuchilla los vientres inflamados,
ni se pone a caducar la garantía de vida
sin tener en cuenta que son los dueños del uranio y de la guerra
los que visten de luto las banderas.
La mala suerte no hundió a los hombres en las historias
olvidadas,
ni permitió que fueran las mujeres la mitad más golpeada,
ni consiguió, la mala suerte, crucificarnos por los
siglos de los siglos
con el miedo al pecado,
con el miedo.
La mala suerte es cosa de unos pocos resignados.
No existe azar en la injusticia, es premeditada.
Calcula quienes serán sus víctimas,
cuerpo a cuerpo o por
millares,
de sed o de patadas,
de pena o de rabia.
Hay pocas muertes casuales,
pocas hambrunas casuales,
ningún genocidio sin culpables.
Ningún desahuciado se muere
si antes la injusticia
no ha premeditado su cadáver.
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