La verdad es que estos días me siento una miserable.
No es que no tirite de horror con el éxodo, las penurias
y los andrajos de los refugiados. No.
Sucede que a la vez me vienen otras imágenes a la
memoria, otros recuerdos, otras rabias paralelas: los estudiantes de Ayotzinapa, la
fosa común la macarena, el tren “la bestia”, los bombardeos en Ucrania, los periodistas
asesinados, las masacres de Palestina, Irak, etc.
Y siento bastante estupor por el interés mediático que
esto suscita y la invisibilizaciòn de otras víctimas, de otras guerras, de
otras violencias imperiales, de otros intereses codiciosos y dominantes.
Y me siento una miserable porque yo no pondré flores en
un jarrón pa recibir a una familia siria en mi casa, yo no sonreiré pletórica
cuando una cámara me enfoque, continuaré señalando a los culpables que generan muertos de
primera de segunda y de tercera mientras el pueblo con el corazón bombardeado
por una foto, se desgarra con el mea culpa y se prepara para ser solidario sin
preguntarse:
¿Por qué?
¿Para qué?
¿Desde cuándo?
¿Quién?
¿Quiénes?
¿Hasta cuándo estará la humanidad soportando los golpes de pobreza y de espanto?
Perdonen a esta poeta miserable, perdonen que no tenga flores, ando
zurciendo sudarios con mis poemas, el mundo es una barbarie.
Son otros los miserables, Silvia. Y lo sabes. Nosotros somos también víctimas. Víctimas hasta de caer en la trampa que nos tienden los miserables para hacernos sentir miserables. Impotentes, sí; confusos, sí; tirando la toalla una y mil veces, también... Asqueados hasta las heces... Pero nunca miserables.
ResponderEliminarBesos, Silvia.