Yo nunca me creí el cuento de los demócratas, ni lo creí
hace décadas, ni lo creo ahora que han aparecido renovadores y limpiacristales
de urnas.
Tengo una palabra que sirve para hacer el exorcismo y
dejar en pelotas a los falsos: tortura.
Denuncia tras denuncia, década tras década, los demócratas,
incluso los más escorados a la izquierda la callan, la ignoran.
Ayer y siempre. Es un tema que no les duele.
Es tan vergonzoso como lacerante. Define nuestra
democracia por el olor a sangre
chamuscada que deja.
No me hagan mucho caso, sólo soy poeta, pero ¿cómo voy a
creer en unos tipos que teniendo la cura dejan abiertas las heridas, que
premian a los verdugos y los indultan?
A pesar de todos los informes, de todas las pruebas, de
todos los testimonios, casi ningún político, salvo los verdaderamente demócratas,
agarran esta verdad incuestionable y la denuncian.
Y en esos pocos que se queman, en esos pocos que
ningunean, que desprecian, en esos pocos creo.
Así que conmigo no cuenten, ni los de antes ni los modernos
de ahora, un demócrata de veras da un paso al frente.
Cuando lo hagan en cadena podremos hablar de democracia, podremos hablar sin temor a ser detenido e impunemente torturado, urna tras urna, sigla a sigla.
Cuando lo hagan en cadena podremos hablar de democracia, podremos hablar sin temor a ser detenido e impunemente torturado, urna tras urna, sigla a sigla.
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