Seamos sinceros, la crisis no es un huracán que pasa y
deja todo desolado donde a veces es posible reconstruir lo que una vez hubo.
Las crisis que padecen los países de uno y otro lado, son
la excusa de la explotación, de la sumisión, del robo descarnado de las soberanías.
De todas las soberanías.
La crisis no va a desparecer de repente, como por arte de
birlibirloque, es la médula, el latido primitivo del capitalismo.
Y si creemos que alguien, quien sea, nos va a sacar de ella,
que va a dar un golpe de timón y va a poner en primer lugar de su agenda las
necesidades más urgentes, el pan, el techo y el abrigo, estaremos dejando que
una vez más hagan con nuestra piel, nuestros propios látigos.
Pienso en el
legado de miseria que vamos a dejar a los niños si no lo evitamos de manera
contundente ahora mismo.
Pienso en el mañana y en el paisaje espantoso en el que
estaremos si no lo evitamos de manera contundente ahora mismo.
Pienso en la salud y en ver morir a la gente de
enfermedades curables.
Pienso en el futuro y en los libros y en el pensamiento
que será sólo para unos pocos que puedan comprar esto como un privilegio.
Nadie nos salvará, no nos engañemos.
La cuestión es si vamos a ceder el puño y la palabra, si
vamos a permitir que continúe esta utilización del ser humano como objeto, como
máquina, como mano de obra barata o como sudario mientras hablan en nuestro
nombre y dejan democráticamente que se enriquezcan los mismos.
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