I
Mañana moriré.
Moriré.
En medio de la locura, moriré.
En medio del vacío, moriré.
Cerrarán mis ojos secos
y olvidarán mi nombre.
Moriré,
pero no por eso el dolor dejará de derramarse con toda su violencia,
no por eso los hombres crudos enterrarán la espada ni el puño.
Moriré una muerte negra, pobre,
siempre amenazada.
Moriré la poca vida que me quedaba
y habrá sido, mi muerte,
otra más de las pobres vidas sentenciadas.
II
Que no les tiembla la voz, madre,
que no les tiembla,
que rompen el silencio grande
cuando dicen mi nombre.
Escúchalos,
dime qué dicen,
cuáles son sus razones,
por qué van a matarme.
Dime madre qué dicen,
que yo no entiendo al Hombre.
Ni sus palabras de metal
ni la muerte que reparten.
Yo no les entiendo, madre,
yo ya no entiendo al Hombre.
III
El tiempo se ha podrido en medio de la tarde.
Se ha parado en seco al escuchar los tiros.
Un cadáver tibio de metal, abre los ojos y a solas,
muere.
Son demasiados los que anudan la soga con deleite.
Demasiados los que disparan razones sobre cuerpos inertes.
Y yo no sé qué pueden cantar,
yo no sé qué sueños los delatan,
yo no sé en qué tinieblas andan,
Yo no sé qué dolores, qué recuerdos, qué temblores,
qué días amoratados,
qué silencios, qué barbaries,
qué códigos, qué puñales,
qué golpes, qué locuras,
qué cuerpos, qué denteras,
qué laberintos, qué rebeliones,
qué yugos atan los secos corazones
de los que defienden la pena de muerte.
Poema del libro inèdito "Los partos de la bestia"
No, no es posible entender las "razones" de la sinrazón. Nada merece quitar una vida, nada.
ResponderEliminarBesos, Silvia.