Viñeta de Kalvellido
Afirmar que el sistema tiene que cambiar es como decir que el capitalismo tiene una cara amable, o que los dictadores, al envejecer, se convierten en dulces abuelitos, o que la policía está para cuidarnos, o que los gobiernos son honestos, o que los jefes son buenos patrones, o que las guerras defienden la paz.
El sistema no tiene que cambiar, no puede cambiar, es depredador, sólo sabe contar cifras.
Siempre estuvo alejado de la humanidad, siempre fue dando trompadas y siempre estuvo sostenido por millones de injusticias.
Es experto en camuflajes.
La historia nos cuenta que sus crímenes no envejecen.
Esperar que el sistema cambie es ceder al chantaje, es pensar que puede ser reconducido, que podemos enseñarle caminos alternativos, es apaciguar un poco a la bestia, dejarla que se metamorfosee, pero en el fondo, más temprano que tarde, volverá a los zarpazos, a la dentellada, a los sables.
El sistema está cimentado con mentira, impunidad, saqueo, codicia, estos son sus pilares. No conoce otros lenguajes.
Entonces, ¿para qué hablar su mismo idioma?, ¿para qué gastar saliva?, ¿para qué regalarle brújulas? ¿Para que dibujarle mapas que lo lleven al corazón de la vida?
Es tiempo perdido.
El sistema debe derrumbarse para poder construir sobre sus ruinas una manera diferente de mirarnos, para apuntalar una sociedad nueva con ternura, empatía, no con barbarie, no con avaricia.
Es empezar de cero pero es echar raíces saludables.
O lo hacemos ahora o este sistema que nos esclaviza, hoy con metástasis, resucita.
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