Ignorados, los combatientes perpetúan sus sueños pese a todo.
En selvas o sobre asfalto, de manera individual o colectiva
van cambiando el mundo poco a poco.
Nutren las utopías
armados con ideas. A veces con fusiles, a veces con palabras o pancartas, a
veces atados con cadenas en las casas desahuciadas o en los muros que separan
las patrias. A veces en pie, inamovibles, frente a los tanques de guerra… mueren
y renacen una y otra vez por los siglos de los siglos.
No llevan uniforme, ni siquiera cuelgan medallas oxidadas,
sus pechos van al descubierto y reciben los disparos de la vida con la entereza
de quienes saben que algún día tendrán alguna victoria que sanará sus heridas.
No les hablo de soldados, aunque quizá sí.
Les hablo de los que combaten en esta guerra cotidiana de violencias
feroces, de feroces indiferencias
Sus armas son letales aunque no derramen sangre.
Les hablo de los que se niegan a aceptar que la miseria es
culpa de los pobres, les hablo de los que señalan la podredumbre, de los que
asamblea tras asamblea van esparciendo conciencia, les hablo de las mujeres, de
los emigrantes, de las campesinas, de los trabajadores, de ese universo
emancipado, pequeño pero firme que apuesta por la justicia.
Y también les hablo de poesía, de poemas insurrectos que se
cuelan entre las grietas de un sistema que nos depreda y aísla.
Les hablo de poetas desobedientes, de editoriales
subversivas, les hablo de Editorial Reflector, por ejemplo.
Frente una realidad
desoladora y como otros combatientes, Reflector también dispara.
La poesía en sus manos se convierte en un AK47.
Precioso e impactante. Después de leerlo, dan ganas de salir a la calle a luchar
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