La mentira es la médula
de la barbarie.
Vivimos rodeados de mentirosos, de bárbaros cotidianos, de
personas aferradas a convicciones en las que no creen, voceros peligrosos que
atraen mágicamente a una inmensa mayoría
o a una minoría que desea creer fieramente en algo o en alguien.Los mentirosos saben que sus falacias son abracadabras que abren las puertas de muchas conciencias. Saben que con ellas pueden atravesar la historia, la democracia e incluso las banderas con cada una de sus patrias.
Los mentirosos, como fantasmas impasibles, se sientan a comer en nuestras mesas, nos acarician por las noches, nos regalan su presencia magnífica, cuentan cuentos a los niños y lo que es peor, lo mentirosos, se hacen cargo de nuestros destinos.
A veces, es fácil descubrirlos, porque usan torpemente su lengua bífida.
Otras veces, pueden llegar a morirse sin sospechar nadie siquiera que su corazón era un mentidero caníbal.
Ojalá supiéramos cómo distinguirlos mucho antes de ver convertidos en escombros nuestras patrias o nuestras vidas.
Ojalá fuera fácil arrancar cada una de las máscaras mucho antes del desamor y del hambre.
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