Viñeta de Kalvellido
No somos libres, nos arrancaron la libertad de las ideas.
Algunos, los más ingenuos, creerán que sus discursos, por atrevidos, gozan de este privilegio pero lo cierto es que nos movemos gracias a una esclavitud tan inconsciente como eterna.
La cuestión está en cómo hacer para liberarnos de ella, cómo empezar a darnos rienda suelta, cómo de manera individual podemos despertar de esta narcosis intelectual y ser capaces de pensar, aunque duela.
Participar del espejismo de la democracia argumentando que o es eso o nada
es anudar más la soga, es aceptar la hipnosis de una libertad que engrasa las cadenas.
Vivimos una servidumbre sofisticada, clavada en el tuétano de las sociedades.
Las soberanías individuales y colectivas forman parte de un tiempo demasiado pretérito.
Se consolida el sistema depredador, los alaridos, la impunidad, la miseria es el estribillo de un réquiem cantado por los que violentan la vida, el hueso y las arterias. Por los que amontonan cadáveres sin importarles. Por los que no sólo codician riquezas ajenas si no que van más allá y desean ser propietarios de los brazos que trabajan, de las voces que reclaman, de la tierra, del aire, del a memoria y de las guerras.
Que no veamos las rejas, no quiere decir que no vivamos dentro de ellas.
Si no somos capaces de mirarnos en el espejo de la realidad para ver que la pobreza es esclavitud, que la deuda es esclavitud, que la ignorancia es esclavitud. Si no somos capaces de ver esto como una verdad que dispara nuestras conciencias, seguiremos participando, cómplices, de esta democracia delirante que ni nos libera ni nos representa.
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