Son los nuestros los que se están muriendo.
Los nuestros,
no los de ellos.
Son nuestros viejos muriendo solos. Sin aire. Sin una mano.
Sin una palabra que les arranque el miedo a ir a ninguna parte.
Son los nuestros amontonados en morgues improvisadas,
amontonados en camiones que los llevan a fosas inmensas cavadas por presos que
también son de los nuestros.
Son los nuestros pasando hambre, colgando trapos rojos para
pedir socorro y que alguien sepa que intramuros no hay nada con lo que calmar
el llanto del niño pobre.
Son los nuestros buscando ataúdes de cartón, tosiendo a
escondidas, contando los días que llevan sin comida.
Los nuestros, los emputecidos, los silenciosos pueblos oprimidos.
Los que caen de las estadísticas y no valen sus muertes y
no vale su vida.
Hoy el mundo es una cifra que nos invisibiliza.
Hoy el mundo dice ¡ay!. Lo grita.
Yo digo ¡ay! Los nuestros. Siempre los nuestros.
¡Carne de cañón sin aire hasta morirse!
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