Cuando todo pase, cuando se abran las puertas de la vida y
salgamos a respirar aire puro y a acariciar a los ancianos, pocas cosas serán
lo mismo.
Y no me refiero a las ausencias que habrá en muchas casas,
no me refiero a la devastación económica que quedará por los siglos de los
siglos.
Hablo de nosotros, de nuestra humanidad.
Porque volveremos a la vida, eso está claro. Y los vecinos
que insultan vendrán con nosotros a recorrer las mismas calles a abrazarnos
como si nada de esto hubiera ocurrido.
Y ese odio que hoy lacera desde las ventanas quedará en la memoria
de los que un día tuvieron que salir con sus hijos enfermos y sus cuerpos
heridos.
Y quedará ese daño ulcerando el porvenir de todos porque
fuimos hordas al acecho de quienes eran más vulnerables.
Yo propongo callar a los que odian desde sus balcones,
cantar cuando ellos gritan, reír cuando señalan, decirles que no somos policías.
Gritarles como ellos gritan.
A pleno pulmón. Gritarles hasta que se escondan en sus
guaridas.
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