miércoles, 9 de enero de 2019

Alpha, in memoriam



No lo mató el mar. Ni lo mató el hambre en la patera. No lo mató la sed de días ni la policía.
Decidieron que era invisible y los invisibles nada necesitan, no existen.
Murió en un charco de sangre y ya era tarde para escribir su nombre en el inventario de los que tienen derecho a la vida.
Y ya fue tarde cuando sus pulmones dejaron de respirar asfixiados por unas leyes que condenan a morir a los que nada tienen.
Y ya fue tarde cuando tomaron su pulso y agarraron su cuerpo y era escarcha toda su piel. Era hielo.
Y ya era demasiado tarde cuando quisieron arrancarle la orfandad de aquellos meses en los que pedía auxilio puerta a puerta aullando de dolor, tiritando por la fiebre.
Estaba muerto, muerto, muerto.
Y en un revuelo de papeles buscan quiénes fueron los culpables mientras la jauría de lobos se sacude las lágrimas y señalan hacia otra parte.
Alpha murió gratis. De balde lo mataron.
Porque era de lejos lo sentenciaron a no curarse.

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