A veces tranquiliza pensar que un día la historia pondrá en
claro las cuentas.
Tranquiliza pensar que los que hoy viven la gloria
belicista, mañana serán sepultados con la ira de los pueblos que están siendo
diezmados.
Quizá entonces Libia, Irak, Siria, Afganistán o Palestina muestren
la verdad de sus entrañas a los que quisieron imponer violencia a cambio de
democracias y de tierra.
Quizá señalen con sus muertos a los que callaron cada uno
de los bombardeos, a los que denigraron cada una de las resistencias, a los que
ningunearon el dolor hasta convertirlo en una anécdota, a los que desinformaron
para que creyéramos que el problema eran las víctimas, a los que sosteniéndose
en su reputación de intelectuales cerraron los ojos y acariciaron al imperio
que quiso arrasar con todo.
A veces tranquiliza pensar que la memoria es un ser vivo
que pasa de mano en mano, de patria en patria, de siglo en siglo.
Sirve de consuelo pensar que no habrá olvido, que quizá
mañana los que hoy caen tiroteados serán honrados con justicia.
Ojalá sea así y lo veamos.
Pero no quiero pensar en el futuro cuando es hoy y ahora lo que importa: más muertos en
Nablus, más gente sin casa, más infancias hambreadas, más grilletes, más
cadenas, más infamia.
Y nosotros, de espaldas.
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