En 1886, en EEUU, los trabajadores entre otras
reivindicaciones, exigían la reducción de la jornada laboral a 8 horas.
Aquella huelga que se inició el 1 de mayo, costó vidas y
ahorcamientos pero se consiguió doblegar a quienes entonces pretendían eternizar
la explotación.
El mundo entero se apropió desde entonces de esta
fecha y la celebramos como un día victorioso.
Pero después de más 100 años casi volvemos a estar como al
principio.
Los salarios no sacan de la pobreza a las familias.
Los accidentes laborales dan cifras alarmantes.
La explotación salvaje en talleres, domicilios, comercios está
a la orden del día.
Es frecuente ver a camareros, por ejemplo, sirviendo cafés con
un pie escayolado, a trabajadores de la construcción currando a escondidas en días
festivos, a repartidores de propaganda comprándose ellos mismos el carro con el
que arrastran los kilos de publicidad. Nos vamos acostumbrando a este paisaje
desolador de gente mal pagada, de horarios extenuantes, de humillación constante,
de “o lo tomas o lo dejas” que hay otros esperando.
Mientras pasan los años, los campesinos sin tierra se
ahogan en los invernaderos, las emigrantes limpian y cuidan por una limosna que
no alcanza, las horas extras remuneradas son cosa del pasado, enfermarse es terrorífico
pa quien consigue un contrato, embarazarse es casi un delito, jubilarse es
condenar a la miseria a quienes trabajaron toda una vida pobremente.
Esto no cambiará si no es por la fuerza.
El 1 de mayo saldremos a la calle, recordaremos la
precariedad, el abuso, esta mierda de laberinto en el que los trabajadores sobre
morimos
Pero seguirán arañando nuestra dignidad hasta dejarnos en
los huesos.
Es cosa nuestra si les dejamos.
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