martes, 2 de agosto de 2016
Amor versus justicia
Vamos por la vida repitiendo ingenuamente que el amor lo puede todo, como si fuera un bálsamo prodigioso que nos barniza contra las adversidades, pero lo cierto es que el amor nada puede cuando el hambre es el primer abismo que surge entre dos amantes.
Creemos que con sólo amar, que sólo porque amamos a pleno pulmón el mundo puede volverse en un lugar menos hostil. Nos convencemos de que seremos capaces de ver hermosura en los andrajos, romanticismo en las ventanas sin cristales, ternura en los pezones resecos.
El amor sentido como si fuera un antibiótico que sana día día.
Yo creo en el amor, claro, creo en lo cotidiano, en los ojos de los que aman con la sola condición de ser amables, tiernos, solidarios, creo en los gestos, pero en lo que de verdad creo, por encima de todas las cosas, es en el omnipotente sueño de justicia.
El mundo nada habría cambiado si este sueño no se hubiera multiplicado, si hombres y mujeres no hubieran dado su vida por él a lo largo de los siglos, si personas comunes y corrientes no hubieran ideado fórmulas de lucha para acercar el ideal a la tierra y a la vida.
El deseo de repartir las semillas, el deseo de conseguir abrigo, el deseo de nutrir de letras a los sedientos de ideas, el deseo de hacer de nosotros seres más humanos. Ese anhelo o sueño o como queramos llamarlo es Lo que ha conseguido que ahora mismo en algunos lugares del planeta los viejos , por ejemplo, pueden morir casi en paz y casi sin indigencia.
Entonces amar esta bien, pero mejor amarnos calzados, mejor medir nuestro torrencial amor entre las victorias sucesivas y no tener que ponerlo en la mira cuando la derrota nos pudre la existencia.
Debemos amarnos, obviamente, como sólo los y las emputecidas sabemos hacerlo pero sin perder de vista el horizonte nítido donde espera para todos el pan y la alegría .
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