Los viejos que yo conozco se merecen mucho respeto.
No sólo porque la guerra incivil les dejo cicatrices,
impotencias, exilios, cárceles, hambre, fosas comunes.
No sólo porque resistieron una dictadura terrible de
silenciosas delaciones, de curas cortando manos con su moral podrida, de
caciques y patrones, y humillaciones continuas.
No sólo porque sobrevivieron muchos en la clandestinidad,
encerrados como ratas en zulos en sus propias casas, aislados en sus pueblos
por los vencedores de la ignominia, perseguidos, sin trabajo, hambreados,
puteados, exhibidas como monstruos por las calles con sus melenas rapadas.
No sólo porque han tenido que tragar con una monarquía heredera
del crimen y del desfalco, no sólo porque quisieron plantar cara y salieron a
la calle y recibieron ostias por todos los lados y quisieron aún en la transición
cambiar las cosas, en las fábricas, en los talleres, en los andamios, llenándolos
de lucha y solidaridad.
No sólo por eso merecen respeto también porque ahora,
enfermos y cansados, muchos de ellos mantienen a sus hijos y a los hijos de sus hijos y son
nuestra memoria y el espejo de nuestra vergüenza porque no hemos sabido estar a
su altura.
Así que dejen de decir que son los culpables de que el PP
haya ganado las elecciones.
No caben más humillaciones en sus vidas.
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