Vivimos una guerra global.
Montones de cadáveres esparcidos por Irak, Siria, Francia, Afganistán, Palestina,
Madrid.
Ayer, ahora y mañana.
Ponemos el hambre, todas
las hambres posibles. El hambre seca de territorios esquilmados y desérticos,
el hambre opulenta de los campesinos que trabajan para nunca alimentarse, el
hambre de los arrabales donde la pelea es encontrar antes que otros un pedazo
de pan o de carne.
Ponemos las pobrezas, todas las pobrezas. La harapienta y a
veces conforme de los parias, la de los trabajadores que también son esclavos,
la de los endeudados que se asfixian, mes a mes, con los pagos, la de los
jubilados que mueren precarios.
Ponemos el silencio. La palabra está entre rejas. Mover los
labios es ya un delito. En las calles, en las canciones, en los poemas. Es mejor
morir callado que vivir con la voz y el puño en alto.
Ponemos la asfixia, nuestros pueblos humean aire purulento,
nuestros ríos son vertederos, nuestros mares guardan en su barriga toda la
podredumbre del consumo desbocado.
Ponemos las enfermedades, los empobrecidos enferman con el gas naranja o con el veneno que se vende en los supermercados.
La guerra es no sólo
contra los países donde abiertamente
discurre la sangre, no sólo.
Es contra todos
nuestros derechos, contra todo intento de justicia, contra todo esfuerzo por
dulcificar las vidas.
Un mundo aterrado y aterrador.
Y huye
la humanidad, huye, huye, huye….. hacia ningún sitio.
Mañana ya serà tarde.
La noche se esparce inmensa.
La paz arrastra sus
muñones sin nada que la alumbre.
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