Este es un país de inmensos y numerosos Torquemadas. Se
encuentran por todos los lados.
Por esos siniestros personajes han ido a la cárcel:
periodistas, sacerdotes, humoristas, cantantes, abogados, internacionalistas,
titiriteros, anarquistas, comunistas, familiares de presos, sindicalistas,
poetas, y un largo etcétera.
Por ellos han cerrado periódicos, secuestrado publicaciones,
silenciado radios.
Han prohibido fotografías, conciertos, manifestaciones, reuniones,
asambleas.
Yo conozco esto desde que conozco la democracia.
Es decir, la democracia, tal y como la conocemos financia
torquemadas a mansalva.
Cada vez tiene más censores en su nómina y a medida que se
ponen peor las cosas van afilando más y más
sables con los que amputan nuestras alas.
La libertad de expresión siempre está con los puños en alto preparada
para defenderse del fuego, de las leyes y de los necios.
Y cada uno de nosotros
debemos también intentar defendernos no sólo de los siniestros y tan poco ilustrados personajes que censuran
y después preguntan también debemos estar vigilantes de nuestros propios torquemadas,
de esa voz interior tan castrante como odiosa que puede borrar alguna idea si
le parece peligrosa, que puede hacer borrón y cuenta nueva si algún renglón escrito
le suena inconveniente, si alguna melodía tarareada le suena irreverente o si
gritamos ante alguna de las muchas injusticias que vamos acumulando.
Yo, a mi Torquemada interior, lo tengo de momento en el bajo
vientre, no me convencen sus argumentos, pero sé que está al acecho y que en cualquier
momento da el cambiazo a mis poemas y pone en su lugar loas a la patria, al
rey o a cristo.
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