Cuando me preguntan cómo llegué a la poesía mi respuesta
es: rota y a los 28 años.
A esa edad se produjo un quiebre en mi vida, algo así
como una tormenta interior que me sacudió dejándome en ruinas.
En aquel año o en los meses siguientes descubrí que el
cordón umbilical que me unía a la vida era la palabra y a través de ella,
atravesada por ella, encontré la poesía y me quedé a su lado.
Recuerdo aquellos días, de pie, en las librerías, leyendo
los libros que no podía comprarme, descubriendo autores, memorias, ecos de
sentimientos que yo también guardaba.
Hora tras hora, semana tras semana, leía voraz y
gratuitamente.
En aquellos dos años que me costó encontrar a Silvia
entre los escombros, nació un poemario que titulé “Y que hablen en mis palabras
todas ellas”. Me atreví a reescribir la historia, a poner voz a mujeres de la
Biblia, a mujeres de la mitología, a mujeres escritoras, a mujeres que hicieron
historia y las dejé hablar, como yo pensaba que debían hacerlo. Sin los
mandatos del patriarcado.
Y con aquel poemario, sin madurar y sin publicar marché a
México, al encuentro de mujeres poetas del País de las Nubes de Oaxaca. Nunca
pensé que permitirían a una poeta como yo, (que recién empezaba), compartir con
poetas del mundo versos tibios de una mujer de la que nada se sabía.
Sucedió que mis poemas llegaban a la gente, a los jóvenes
en las universidades, a los empobrecidos en las plazas. Me sentí unida a todos
los que en medio de aquel silencio reverencial se rompían al terminar.
Regresé a casa con el convencimiento de que ese era mi
lugar en el mundo. Había nacido dos veces. El último parto de mí misma, sin
lugar a dudas, era el de poeta.
Seguí escribiendo, día a día, arrancando horas del sueño
y del cansancio, evadiéndome en los trabajos en los que mientras limpiaba casas
o cuidaba enfermos o servía cervezas en los bares yo pensaba en los versos que
escribiría o en los poetas que iba conociendo.
A los meses de aquel encuentro en Oaxaca, volví a México,
esta vez a Ciudad Juárez. Después fui a Argentina, después a Cuba, países que
abrazaban mi poesía, personas que se interesaban por mi escritura, por mis
libros, por mi manera de interpretar el mundo o la realidad o la palabra.
No dejaba de escribir, había auto editado un libro, había
escrito otro de canciones de cuna, otro de elegías, gané un premio con otro
poemario, publicaron otro a mi regreso de Palestina y auto edité otro, el
último, “Los partos de la bestia”.
De esto hace ya algunos años.
Pienso que no soy una poeta mediocre, me tomo muy en
serio este oficio.
Me tomo muy en serio la responsabilidad que tengo como
escritora con conciencia.
He andado un camino largo, he tenido la suerte de
encontrar mujeres y hombres extraordinarios, que me han confiado sus
desasosiegos, sus luchas, sus miedos, sus esperanzas. Mi poesía se ha acercado
a ellos con las manos limpias, con el respeto que merecen los que apuestan todo
o nada para mejorar nuestras vidas. Las de todos.
Ahora mismo estoy inmersa en la escritura de un poemario
nuevo.
Como otros libros que he escrito nace de un viaje. En
otro país, Andalucía.
Va creciendo al mismo ritmo que voy dinamitando mis
fronteras mentales, al mismo ritmo que voy dándome cuenta de que la historia es
un archipiélago donde aisladamente cada pueblo intenta curar unas heridas que sólo
el océano de la infamia causa.
Y como siempre, mientras voy arrancando versos, nombres,
estructuras al imaginario me surgen preguntas sobre la inutilidad de lo que
hago o la difusión escasa que tendrá mi esfuerzo o si realmente merece la pena
gastar tiempo y dolor en un proyecto que estará, como ha sucedido tantas veces,
rodeado de silencios
Por eso me urge recordar aquellos días cuando leía mis
poemas primeros en las plazas de los pueblos mexicanos y sentía que era útil, que
para ellos era útil que una mujer llegada desde tan lejos fuera el eco de sus
corazones.
Cuando vuelvo atrás y recuerdo tantos ojos, tantos
pueblos, entonces los silencios que me rodean, se vuelven necios.
Creo que debo continuar escribiendo, no sólo estos poemas
que se caen de mis manos desde que vine de Andalucía, también otros, hasta el fin de mis días.
Quizá es cierto que no sirven de nada, pero he visto
demasiados hombres y mujeres eternamente callados y por esos pocos que aún
gritan merece la pena asumir cualquiera de los riesgos.
Como decía al principio llegué a la poesía tarde, sin
andamiajes académicos. Le doy las gracias por acercarme a la muerte y a la risa
y por permitirme saber que la ternura es posible.
Me regaló la voz y
me puso a andar en este difícil camino de ser libre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario