Un mundo que contempla a niños tiroteados, esposados,
encarcelados y no parpadea es un mundo
que avergüenza.
Pero si además justifica a los asesinos y los premia con la compasión y los negocios
es un mundo rematadamente enfermo.
Digo esto porque en Palestina cae la infancia asesinada. Sin
culpa ni remordimiento, les dan diariamente el tiro de gracia.
Sin embargo si cae un niño blanco, uno cualquiera, en su blanca
calle, con sus zapatillas blancas, con su pelo claro y su piel de nàcar, el mundo, entonces, alza la voz, contundente,
demoledora, atàvica y exige no justicia, venganza.
Lo de siempre, muertos de primera.
Los sicarios caminan firmes, no les pesan los muertos que
arrastran.
La historia les absuelve, les absuelven los medios de
propaganda, les absuelve la sociedad y sigue el carrusel con sus matanzas.
Nada valen, nada pesan en las conciencias, son habitantes
menudos en un infierno donde el delito es sobrevivir lanzando piedras contra
las bestias.
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