Vivo con la certeza de que soy vigilada.
No creo esto porque sea alguien importante, ni peligroso.Sólo soy poeta, es decir, una paria.
Lo hacen con todos.
Las calles están sembradas de ojos que nos observan, los teléfonos, internet, las redes sociales, todo va a un mismo cerebro que analiza, discute y encarcela.
Cada individuo es sospechoso, debe estar controlado.
La represión a golpes y también la represión blanca, anestesiada, en las venas.
La libertad en cuarentena.
El objetivo es claro: que nadie se mueva.
Si agitamos las alas, si esto se contagia, si este batir incesante consigue ponernos en pie aunque sea un poco, de puntillas, apenas nada, los vigilantes nos las cortan con sus sables afilados, sin temblarles la mano.
Pobres de aquellos que no sienten el aliento de los alguaciles en la espalda ¡
¡Pobres de aquellos que se crean libres en esta cárcel tan amarga!
¡Pobres de aquellos que no saben que son eslabones de esta cadena rompible!
Se tiene miedo. Y se tiene miedo al miedo. Toca subir el volumen del aparato de televisión, participar o asistir como espectador a polémicas artificiales como las que origina el mundo del balón (como hicieron los argentinos en su Mundial para acallar los gritos de aquellos de sus paisanos víctimas de torturas en las cárceles de Videla), así como de programas televisivos que nos suministran sus buenos chutes de pornografía sentimental como anestesia.
ResponderEliminarUn caso real: durante la representación de un espectáculo cómico en mi pueblo, salió al escenario un joven que, antes de realizar su número, señaló una leyenda reivindicativa estampada en su camiseta. Tal atrevimiento contra los mandamases del Ayuntamiento provocó un gran silencio entre el público. Nadie osó ni mirar al que tenía al lado. Se reanudó el espectáculo y volvieron las risas. En ningún momento, no a la salida ni al día siguiente, hubo nadie que comentase el suceso siquiera en voz baja, no fuera a ser que alguien les leyera el pensamiento.
Aterrador