Somos nosotros los que engrasamos el sistema, por
pelotas, por pura necesidad de supervivencia, por arrancar unas cuantas monedas
al amo que nos las vende a cambio de horas que son toda una vida.
Pocos eligen su
destino.Trabajar ocho horas, diez horas, catorce horas, entre sudor y extenuación.
Sentir que no alcanza para pan, techo, abrigo, que peligra el futuro, que peligra la precariedad en la que existimos. que el mundo avanza pero somos cada vez más escasos en humanidad, más obstinadamente sumisos, nos debería poner alerta.
A todos.
Porque sin nosotros que somos el pulmón, esta bestia deforme no respira, simplemente se asfixia.
Hay quienes no saben que son esclavos y es quizá esta ignorancia la que perpetúa nuestra explotación por los siglos de los siglos.
Pensar que somos más libres que una trabajadora textil en Bangladés, que una una prostituta en cualquier arrabal, que un campesino que trabaja de sol a sol, pensar que son ellos los que llevan cadenas y no nosotros, que debemos romper las suyas pero no las nuestras, es deformar la realidad, es vivir en el espejismo que quieren imponernos, es dejar la conciencia única y libertadora de lado, para consolarnos porque nuestra suerte no es tan pésima.
Formamos parte de este todo, no somos fragmentos, islas, pedazos aislados, no existen fronteras para la explotación.
La esclavitud posee una sola bandera.
Y por esto pienso, que saber que hay quienes están peor, que hay pueblos completos sobremuriendo no debería ser excusa para ignorar que también aquí somos esclavos.
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